
El origen o
etimología de algunas palabras es verdaderamente rocambolesco. Muestra de ello es este adjetivo, “rocambolesco”, que procede de un personaje literario del siglo XIX llamado
Rocambole, protagonista de una serie de asombrosas aventuras ideada por el escritor francés Ponson du Terrail. No es Rocambole ni el único ni el más ilustre de los personajes que ha terminado en palabra; pensemos, por ejemplo, en las hazañas
quijotescas, los perros
lazarillo o los banquetes
pantagruélicos (adjetivo derivado de la novela francesa
Gargantúa y Pantagruel, compuesta por François Rabelais en el siglo XVI). Existen además territorios reales relacionados con personajes literarios o países de ficción, como sucede con la
Amazonía, topónimo vinculado al Reino de las Amazonas de la mitología griega; o
California, isla imaginaria y fantástica que aparece en la Quinta Parte del
Amadis de Gaula. Y sin necesidad de viajar tan lejos, y aunque la etimología no parece segura, es posible que Hispania sea una deformación latina de
Hesperia, jardín legendario y paradisíaco donde vivían las Hespérides griegas, ninfas del atardecer. También los apellidos de importantes escritores han finalizado en el diccionario. Es el caso del prosista checo
Franz Kafka, cuyo apellido sirve para designar situaciones absurdas, angustiosas o complicadas, hablando así, por ejemplo, de experiencias
kafkianas. En otras ocasiones, estos derivados acaban en lugares equivocados. Ocurre con el argentino J
orge Luis Borges, cuyo apellido es usado correctamente en expresiones como
universo o
relato borgiano, pero no tanto cuando confundimos los
nudos gordianos con los
nudos borgianos. Con todo, lo de nudo borgiano tiene su gracia, pues las fábulas del genial escritor argentino son a menudo tan complejas e inextricables como el famoso nudo.